Dólar blue: la campaña para forzar una fuerte devaluación
No existen motivos para aplicar un ajuste importante del tipo de cambio oficial. El cuadro económico-financiero se compone de un estricto control de cambios, reestructuración de la deuda con acreedores privados, avance en la refinanciación del crédito con el FMI, administración rigurosa del comercio exterior y alza de los precios internacionales de las materias primas de exportación. Además, la paridad cambiaria no está atrasada. Por Alfredo Zaiat (Pagina12). En estos días ha quedado en evidencia el éxito de la campaña nacional de vacunación, pese al deseo de que no sea así por el dispositivo de confusión y angustia de la derecha. La prueba está a la vista: sin capacidad para apelar al miedo a no acceder a la vacuna, comenzó la temporada de atemorizar a la población con la cotización del dólar blue y la eventualidad de una fuerte devaluación del tipo de cambio oficial posterior a las elecciones legislativas.
Resulta una apuesta arriesgada, con probable destino de fracaso, porque
existe un régimen de control de cambios muy estricto, más firme que el
que dejó el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y más aún
del desesperado aplicado al final del gobierno de Mauricio Macri.
Después
del fiasco de un dólar blue por encima de los 200 pesos, cuando a fines
de octubre alcanzó un pico de 195 pesos, el mercado cambiario acumula
nueve meses de estabilidad.
El quebranto acumulado de quienes
apostaron al desborde de esa cotización se observa en la dificultad que
exhiben para sentarse. Ahora van por la revancha pero deberían aprender
de la experiencia reciente.
Cuáles son las fortalezas del Gobierno para controlar el mercado del dólar
Para
muchos puede parecerle disonante esta definición porque es tal el
bombardeo de alarmas con el dólar que hasta cuestiones objetivas generan
desconfianza. Entre esos factores más relevantes, en un cuadro estrecho
por los conocidos límites estructurales de la restricción externa, se
destacan los siguientes:
1. El Banco Central ha acumulado
reservas en lo que va del año, al sumar más de 7000 millones de dólares,
divisas que le permitieron pagar deudas y manejar el sector externo con
tranquilidad. De esa forma incrementó la cantidad de reservas netas,
muchas más que las previstas.
2. En las próximas semanas
incorporará unos 4400 millones de dólares a las reservas por la
distribución global de Derechos Especiales de Giros (DEG), la unidad de
cuenta del FMI. Existe la posibilidad además de anotar otra suma
importante si avanza el proyecto en debate en el directorio del padre
FMI para que los países desarrollados redistribuyan los DEG que
recibirán y no necesitan. Argentina está incorporada en esa lista de
espera.
3. El Banco Central administra con firmeza la entrega de divisas a importadores.
4.
Muy pocos dólares se destinan a los compradores individuales para
ahorrar, con un límite de 200 dólares por persona. La demanda total fue
de apenas 76 millones de dólares en junio pasado, 88 por ciento menos
que en el mismo mes del año anterior.
5. El Banco Central regula
el giro de dólares para pago de deudas externas privadas, como así
también para la remisión de dividendos y ganancias de empresas al
exterior.
6. La cotización del tipo de cambio oficial es definida
por el equipo económico sin capacidad del mercado para forzar un ajuste
no deseado.
7. Otras cotizaciones de dólares (contado con
liquidación y MEP) son reguladas también por la autoridad monetaria y la
Comisión Nacional de Valores.
8. No hay exigencias importantes
para el pago de deuda en moneda extranjera con acreedores privados por
la favorable reestructuración del año pasado, que extendió plazos con
una muy fuerte reducción de la tasa de interés.
9. Avanza en
buenos términos la futura renegociación de la peor herencia del gobierno
de Macri: el insólito crédito de 45 mil millones de dólares del Fondo
Monetario Internacional.
10. Se postergó el pago para una posterior renegociación de la deuda con el Club de París por 2000 millones de dólares.
11. La balanza comercial es superavitaria. Esto significa que se registra un flujo positivo de dólares comerciales.
12.
No aparece un horizonte inmediato de fuerte pérdida de dólares por
turismo al exterior por el lento proceso de salida global de la
pandemia.
13. El tipo de cambio real no está atrasado, y mucho
menos con la ventaja competitiva exógena proveniente de la
extraordinaria suba de los precios internacionales de las materias
primas de la canasta de productos de exportación.
¿Quiénes apuestan, entonces, a una fuerte devaluación poselecciones pese a este cuadro económico-financiero?
Apostadores obsesionados con las cuentas públicas
Existen
jugadores que observan el recorrido fiscal y monetario con sus
respectivas proyecciones para la segunda mitad del año para decidir la
cobertura cambiaria de parte de sus excedentes. Especulan, con lógica
ortodoxa, que un alza del gasto público y emisión monetaria se traducirá
en presión sobre las cotizaciones del dólar, ya sean las bursátiles del
contado con liquidación y del MEP o la del marginal blue.
El
razonamiento sería de este modo: la expansión fiscal y monetaria para
impulsar el crecimiento económico, que serviría para mejorar los
indicadores laborales por la creación de empleo y los sociales por la
mejora de los ingresos de las mayorías, provocaría una ampliación de la
brecha cambiaria.
Este resultado se daría porque los pesos
adicionales en circulación se canalizarían a la compra de dólares en las
plazas bursátil o marginal. Sostienen, además, que la diferencia entre
la cotización oficial y las otras es un componente que limitaría el alza
del Producto Interno Bruto por el desaliento de la inversión privada.
Puede
ser que algunos no lo puedan interpretar y otros porque lo ocultan
deliberadamente, pero este tipo de análisis propone, en última
instancia, congelar en los actuales niveles la pésima distribución del
ingreso y el marcado retroceso relativo del ingreso de los sectores
populares.
Sin embargo, a ese listado de factores mencionados
para desarticular la campaña a favor de una fuerte devaluación se le
debe agregar el prudente manejo fiscal y monetario realizado por el
equipo económico en este año, un activo defensivo de un gobierno
acechado por la conducción política del poder económico.
La
administración ordenada de las cuentas públicas es un escenario que no
fue previsto por la secta de economistas dedicada a comercializar
información económica, en general distorsionada y errada. Es lo que
permitirá una estrategia expansiva en esta segunda mitad de año en
coincidencia con las elecciones de medio término.
De todos modos,
es necesario mencionar que luego de tantas crisis económicas es una
obviedad que el sector externo es el talón de Aquiles de la economía
local, y que un incremento de la actividad con la presente estructura
productiva derivará en un aumento más que proporcional de las
importaciones que pondrá bajo tensión el panorama cambiario.
El
desafío del Gobierno entonces es encontrar estrategias creativas y
progresivas para relajar la restricción externa, evitando el convite de
la ortodoxia de convalidar un cuadro sociolaboral dramático que, a la
vez, se traduce en costos laborales en dólares bajísimos que entrega un
esquema de rentabilidad elevada para el sector privado.
Apostadores que juegan en el paño político-electoral
En
el mercado cambiario participan también jugadores que no sólo
intervienen en el terreno de la obsesión ortodoxa con las cuentas
públicas, sino que se despliegan con intensidad en el campo de la
disputa política-electoral.
Este juego es la principal pieza para
entender la actual dinámica del mercado de cambio, más que las
perspectivas económica-financiera.
La sucesión de crisis ha
incrementado los rasgos bimonetarios de la economía, lo que genera
comportamientos preventivos por el temor a padecer las consecuencias de
una debacle.
La cotización del dólar, por lo tanto, se ha
convertido en una variable muy sensible en la generación de expectativas
sociales, económicas y políticas.
O sea, la paridad cambiaria no
cumple la exclusiva función de fijar condiciones macroeconómicas
básicas, sino que es una variable fundamental para crear un determinado
clima social vinculado con la situación económica.
La capacidad
de intervenir en un proceso de desestabilización, generando miedos
colectivos por eventuales desbordes, se potencia por la existencia, en
una economía bimonetaria, de un régimen de control de cambios estricto
que limita el acceso a dólares.
La cotización del dólar blue
adquiere, en este contexto, una relevancia desmedida teniendo en cuenta
la dimensión de los montos involucrados en las operaciones de cada día
en ese mercado.
El alza del precio en la plaza marginal influye
en la formación de expectativas de devaluación, pese a que esa
cotización no tenga nada que ver con esa posibilidad, y actúa,
especialmente, en crear la idea de una situación de desmanejo de la
economía. Esto último tiene el objetivo abierto, en meses previos a
elecciones, para afectar las chances de triunfo del oficialismo.
La
estrategia es vulgar porque no oculta las intenciones. Cuando la
cotización del dólar blue descendió o se mantuvo estable, o el Banco
Central compraba diariamente dólares sumando reservas en cantidad, no
había titulares informando qué estaba pasando en el mercado, y cuando
había algún análisis apuntaba a conjeturar acerca de cuándo terminaría
el "veranito" cambiario.
Más que el seguimiento del dólar blue en
estas semanas habría que redefinir el rastreo diario de su evolución
como la del "dólar electoral".
El tipo de cambio no está atrasado, hasta lo dice The Economist
El
índice Big Mac es un indicador que sólo es utilizado por el discurso
económico convencional para destacar que el tipo de cambio real está
atrasado. Como ahora no lo está, este indicador no es mencionado.
Resulta
interesante entonces rescatarlo para identificar qué significa en
términos de "competitividad internacional" una paridad oficial de casi
100 pesos por dólar.
La revista conservadora británica The
Economist elabora el índice Big Mac hace 35 años. La tradicional
hamburguesa de McDonald's costaba solo 1,60 dólares en Estados Unidos en
1986 y ahora, 5,65 dólares, según el promedio de precios de cuatro
grandes ciudades de ese país. El índice compara ese precio con el que se
registra en otros 70 países.
Para hacerlo considera que cada uno
de los ingredientes del Big Mac es igual en cada uno de los locales que
tiene la cadena de comida rápida en el mundo. Las diferencias de
precios en relación a la base de Estados Unidos mostrarían la
apreciación o depreciación de la moneda de cada país con el dólar.
La
revista aclara que el índice no pretende ser una guía para los
compradores de hamburguesas, sino una referencia irónica sobre las
valuaciones de las monedas. Es obvio que no tiene la intención de ser un
indicador preciso de la desalineación monetaria de los países, sino
simplemente una herramienta para hacer más comprensible el concepto de
competitividad del tipo de cambio.
En principio, el valor de una
moneda debería reflejar su poder para comprar cosas, según la doctrina
de la "paridad del poder adquisitivo", término acuñado por el economista
sueco Gustav Cassel, en 1918. Pese a esas restricciones teóricas, el
índice Big Mac se ha convertido en una variable estándar mundial,
incluido en varios libros de texto económicos y de estudios académicos.
El
último registro del índice Big Mac The Economist para Argentina muestra
que el peso está depreciado 30,2 por ciento, tomando el tipo de cambio
oficial. O sea, no hay atraso cambiario. Si el cálculo se hace con la
paridad marginal del blue (180 pesos), el peso estaría todavía más
subvaluado, al anotar 62 por ciento, ocupando el podio de las monedas
más depreciadas de ese ranking, sólo detrás de la del Líbano y Rusia.
Una fuerte devaluación condena a los Gobiernos
La
experiencia argentina revela que los Gobiernos que dispusieron un
ajuste cambiario de gran magnitud perdieron legitimidad política hasta
terminar abandonando la Casa Rosada.
El antecedente reciente fue
el tercer ciclo político neoliberal de los últimos 45 años. La alianza
macrismo-radicalismo perdió ampliamente los últimos comicios en primera
vuelta, dejando sin chance de reelección a Mauricio Macri pese a contar
con un inmenso dispositivo de apoyo externo, económico, financiero,
mediático, político y judicial.
El descontrol cambiario lo
condenó, como lo hizo antes con Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y
Eduardo Duhalde; no así con Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina
Fernández de Kirchner puesto que ninguno se tentó con instrumentar una
fuerte devaluación.
Si el mundo empresario y financiero especula
con un ajuste cambiario poselecciones es admitir que no aprendieron nada
del recorrido de doce años y medio de kirchnerismo, período que en los
últimos ocho, en los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner,
convivió con una corrida cambiaria permanente resistiendo una
devaluación descontrolada.
No es secreto que si el gobierno de
Alberto Fernández aplicara una devaluación se estaría cavando su propia
tumba, como aspira la conducción política del poder económico.
Si lo hiciera porque gana las elecciones, dilapidaría ese triunfo en forma inmediata.
Si
lo hiciera porque el resultado electoral no lo acompaña, sólo se
aseguraría un tránsito traumático en la segunda mitad del mandato sin
capacidad de recuperar consenso social para las próximas elecciones
presidenciales.
Además de este componente político, después de tantas crisis se saben dos cosas:
1. En el actual cuadro económico-financiero no es necesario una fuerte devaluación porque el tipo de cambio no está atrasado.
2.
Está demostrado, con evidencia empírica, que ese tipo de ajuste
cambiario no mejora las cuentas del sector externo y sólo sirve para
provocar una redistribución regresiva del ingreso.
Con la pesada
mochila de un endeudamiento insoportable, tradicional legado de ciclos
políticos de derecha, y con un estrecho sector externo, el control de
cambio deberá necesariamente continuar por un tiempo prolongado.
Por
lo tanto, los agentes económicos y, en especial, los responsables de la
gestión económica deberán aprender a convivir con la brecha cambiaria,
que será un indudable elemento de perturbación.
La clave entonces
será saber administrar e intervenir con todas las herramientas
monetarias y financieras disponibles para minimizar el costo de las
diferencias entre las cotizaciones del dólar.