Debate presidencial 2019
Debate presidencial 2019: Primeras impresiones sobre la novedad
Cualquiera puede editar un debate televisivo a su gusto. Eso admite múltiples miradas y diferentes resultados posibles. Los diferentes libretos, los manotazos de ahogado, las inconsistencias en los números y los estilazos bien colocados. Por Mario Wainfeld
Ayer hubo goleada de Argentina a Ecuador y en las elecciones del Chaco. Los números hablan, así de simple. Es forzoso ser más cauto para señalar un score del primer debate presidencial fijado por ley, cuanto menos por tres causas confluyentes.
· La subjetividad del cronista no representa al conjunto de la opinión pública.
· Ese conjunto no existe. Una sociedad (como una audiencia) se fragmenta por edad, género, clases, valores, ideologías.
· El debate tiene una ficticia semejanza con un partido de fútbol. Hay
reglas, tiempos fijados, pitada final. Pero la competencia televisiva no
cesa. El material “rebota” en redes, se elabora en medios, se charla en
tertulias, acicatea la inventiva de panelistas. Las repercusiones
pueden ser potentes, propagarse a otras personas. La edición audiovisual
no se parece a un compacto “decente” de un partido: quien recorta
dispone de mayor margen para distorsionar o subrayar.
La opinión de
quien esto firma, hechas esas salvedades, es que el presidente Mauricio
Macri tuvo un pésimo desempeño. No pudo responder a la lluvia de
críticas que le prodigaron todos sus adversarios. Aludió a un país cuasi
paradisíaco, con mejoras en casi todos los aspectos. Evitó mencionar
una medida concreta que tomaría en caso de ser reelecto. Fabuló cifras
inverosímiles sobre deuda externa, educación, salud, presupuesto
universitario.
Sin embargo, tal vez los estrategas de campaña de PRO
hayan quedado conformes. Uno hasta supone que las próximas semanas
machacarán sobre tópicos enunciados por Macri. “Venezuela”, “el G-20”,
"entramos al mundo"… clásicos durante años. Y dos innovaciones sumadas
en Santa Fe. La primera: aludir a la “narco capacitación de Kicillof”,
una chicana de baja estofa y vuelo corto. La otra, inspiración en el
estudio, fue cuestionar el “dedito” blandido por Alberto Fernández, para
identificarlo con la oratoria de la ex presidenta Cristina Fernández de
Kirchner. Sobre esa base, vale presumir, se volverá a hablar de cadenas
oficiales y otras nimiedades. Poco para un Gobierno acorralado por la
catástrofe económica, la estanflación, la pobreza, el desempleo y hasta
el hambre. Manotazo de ahogado de una campaña que no remonta la
diferencia de votos, a más de dos meses de las Primarias Abiertas (PASO)
y a dos semanas apenas de la primera vuelta.
Fernández se ufanó de
no haberse preparado para el debate. En ese punto exageró o hasta
macaneó. Tiene dotes de polemista; las afiló en meses de dialogar con
periodistas críticos u hostiles (coaching jamás practicado por Macri).
Pero el manejo estricto del cronómetro exige entrenamiento previo.
Desplegó
una estrategia desde su primera intervención: cuestionar con argumentos
y cifras a Macri, remontándose a las mentiras en el debate de 2015
contra Daniel Scioli. Gambeteó responder preguntas que le voleaban los
otros presidenciables. Pero no se privó de dar una respuesta sensata
sobre Venezuela. O de recoger un guante extraño y sutil arrojado por
Roberto Lavagna: considerar que el hambre y la pobreza son las
principales violaciones de derechos humanos. Lavagna se quejó de que
nadie hubiese tomado en cuenta sus palabras. Fernández lo hizo.
Anunció
que creará el Ministerio de la Mujer, Igualdad y Diversidad. Y retrucó
con eficacia a José Luis Espert, quien despotricó contra el aumento del
gasto público en ese rubro.
Insistió en que convocará a un acuerdo social. Se mostró sereno, articulado, no perdió el eje.
Las
aspiraciones de los otros expositores eran más acotadas. Nicolás del
Caño enfocó a su electorado posible. Estuvo elocuente en ese sentido.
Mostró timing televisivo dos veces: cuando calló en el tiempo
disponible, usándolo como minuto de silencio por los ecuatorianos
asesinados por su Gobierno. Y cuando mostró el pañuelo verde anudado a
la muñeca. Reivindicó a los docentes, honró la memoria de Sandra y
Rubén, fallecidos por una explosión de gas en una escuela de Moreno.
Repartió mandobles entre Macri y Fernández (más sobre el actual
presidente) y afirmó identidad.
Otros dos participantes ocuparon la
ínfima franja que deja Macri a su derecha. José Luis Espert y Juan José
Gómez Centurión apostrofaron contra “el curro de los derechos humanos”.
Aquel se afirmó en el discurso económico disparando contra los
sindicatos, prometiendo cerrar las obras sociales, mencionando como
demonios a (Hugo) Moyano y (Roberto) Baradel. Gómez Centurión se
especializó en “las dos vidas” y en despotricar contra la venta de
Misoprostol.
Lavagna pareció incómodo con el escaso tiempo asignado,
funcionó mejor cuando habló de economía. Hizo uso y alarde de un estilo
sereno y de una crítica a dos bandas. Confía en sus dotes y en ser
oferta alternativa. Quizá le faltó ironía, que sabe manejar, y le
sobraron introitos largos.
El rígido y lacónico formato pautado, vale
señalar, peca de abusivo y deja poco margen a la argumentación. La tele
derrota a la lógica democrática, como tantas veces.
A riesgo de
repetirnos, cada candidato tiene adherentes que no mudarán de padecer.
Millones en los casos de Fernández y Macri. En el marco de una
coreografía bonita y auto elogiosa (tevé pura, otra vez) Fernández se
puso el traje de principal líder opositor y potencial presidente,
ofreciendo una alternativa al oficialismo. Macri negó hechos
contundentes, escogió interpelar solo a “la clase media” y no a los
trabajadores más humildes. Antes que un presidente que reivindica su
obra, se inclinó por ser un opositor de la oposición. A esta altura, da
la impresión de que eso no le bastará para remontar. Pero faltan semanas
de campaña, los más urticantes. Habrá que ver.
mwainfeld@pagina12.com.ar